31 de octubre de 2010

Nombrar

Me preguntan: -En vuestro servicio, ¿cómo llamáis a la gente? ¿Usuarios, clientes...?

Respondo: -Bueno, solemos llamarles por su nombre.

En el campo de la educación y el trabajo social está presente la discusión sobre el nombre que debe "darse" a las personas con las que trabajamos.

El tema sólo tiene sentido si surge de nuestra preocupación por algo más importante: la actitud que mostramos ante estas personas, el respeto que les debemos y con el que actuamos. Se convierte en un debate estéril al alejarse de la práctica cotidiana y cuando está motivado por nuestro persistente complejo de identidad profesional. Pero ese es otro asunto: hay quienes están convencidos de que lo resolveremos cuando hayamos creado un lenguaje propio, exclusivo y excluyente. Otra cosa es que sea necesario...

Creo que utilizar una denominación u otra no asegura una conducta profesional ética. Sin embargo, y aunque pueden ponerse objeciones, me gusta más el término cliente, porque refleja algunas características a considerar en la relación de ayuda: el cliente es quien utiliza un servicio aportando algo propio -en nuestro caso, su tiempo, esfuerzo e implicación personal- y cuyas necesidades deben ser tenidas en cuenta por profesionales y organizaciones. Llama la atención, por tanto, sobre la responsabilidad de cada uno de los implicados en la intervención y el compromiso recíproco que ésta supone como relación libremente aceptada.

Además, yo intento recordar(me) siempre que es mejor llamar a las personas por su nombre.

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